Ayer 29 de septiembre se cumplieron 50 años de la primera aparición de Mafalda, la niña argentina que con su familia y su grupo de amigos ha hecho reír y reflexionar a medio planeta.
Creación del ilustrador mendocino Joaquín Salvador Lavado Tejón, popularmente conocido como “Quino”, Mafalda se publicó durante 9 años seguidos, hasta 1973, en que el autor decidió no publicar más. Aún así, sigue siendo en la actualidad uno de los fenómenos literarios y de redes sociales más impresionantes, y un éxito de ventas en librerías. Traducida a más de 30 idiomas, Mafalda tiene ya tres generaciones de admiradores en todo el mundo y trasciende el ámbito literario con versiones digitales, fan page de Facebook con casi 5 millones de “Me Gusta” y cuenta de Twitter propia con más de 50 mil seguidores.
Mafalda nació en realidad como personaje de una tira cómica realizada especialmente para una campaña publicitaria de electrodomésticos, y después, con la incorporación de otros personajes, fue tomando forma propia. Mafalda refleja como nadie a la sociedad argentina de fines de los 60 y principios de los 70. Incluso hay quienes afirman que es la síntesis de la sociedad latinoamericana entera, y una forma muy didáctica de conocer profundamente a la Argentina. A su corta edad, Mafalda es una niña idealista, preocupada por los males del mundo, la humanidad y la paz mundial, solidaria con sus amigos, y paladín de las causas nobles. Famosa por odiar la sopa y amar a los Beatles, cuestiona permanentemente a sus padres, a sus maestros, y tiene un grupo de amigos entrañables que todas las tardes salen a jugar en la plaza de su barrio.
El primer personaje que apareció con Mafalda en la tira fue su papá, del que nunca supimos su nombre, pero sabemos es empleado de una compañía de seguros, ferviente cuidador de sus plantas, que maneja un Citróen y que le cuesta llegar a fin de mes. Su mamá, de nombre Raquel, es una ama de casa intuitiva y trabajadora, madre amorosa y complaciente, a quien le encanta cocinar…¡sopa! La familia se completó más adelante con la llegada de Guille, el hermanito de Mafalda, adorador del chupón “en las rocas” y fan confeso de Brigitte Bardot.
El resto de los personajes de Mafalda, sus amigos del barrio, son como una suerte de coro. Manolito, Susanita, Felipe, Miguelito y Libertad, se ganaron poco a poco, y a pulso, un lugar en el corazón de los lectores. Son niños de su tiempo y a la vez universales, cada uno con su personalidad, y Quino supo darles a cada uno su lugar, y un protagonismo propio. Estos niños simbolizan y representan a toda una generación: Manolito, el hijo del almacenero, siempre peleado con los Beatles y digno heredero de “Almacén Don Manolo”, Susanita, con sueños de esposa y madre ejemplar, Miguelito, tímido y tierno, Felipe, audaz, aventurero y enamorado, y Libertad, dueña de sus propias palabras y amante de las reivindicaciones sociales.
En 1993, Mafalda pasó a ser un dibujo animado bajo la dirección del cineasta cubano Juan Padrón, con 104 episodios de 1 minuto de duración, que fueron difundidos en prácticamente todos los países de habla hispana y en Italia. Estos cortos, a pesar de la curiosidad que despertaron nunca tuvieron tanto éxito como la tira impresa. Los libritos de Mafalda son actualmente un objeto de colección y por qué no decirlo, de culto y de consulta. Sus tiras son reproducidas incesantemente en medios impresos y en redes sociales para ilustrar y explicar situaciones de la actualidad.
A 50 años de su nacimiento, Mafalda se ha convertido en un símbolo. Su imagen ha sido convocada para respaldar campañas de UNICEF, la Cruz Roja Española, y el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argentina. En Buenos Aires, una escultura de Mafalda en la esquina de las calles de Chile y Balcarce es la más convocante dentro del famoso Paseo de la Historieta, con decenas de turistas haciendo fila para tomarse una foto con ella. El dibujo de la niña de abundante cabello negro, moño y zapatitos negros ha trascendido las fronteras. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que todos los latinoamericanos, en algún momento, nos hemos sentido identificados con ella o con alguno de los entrañables personajes que la rodean, con sus formas de pensar y de sentir, y con una vigencia sorprendente. Mafalda, de esta manera, se ha vuelto universal.